Hacerse chiquita

Mucho nos quieren enseñar sobre brillar, ocupar lugares, no dejar que nada ni nadie apague nuestra luz, pero poco nos enseñan sobre cómo gestionar y aprovechar esos momentos en los que nos empequeñecemos, de hacernos o volvernos chiquitos, porque no siempre son malos y, para algunas personas, incluso son necesarios.

A veces, hacerse chiquita es una forma de autocuidado, una manera de encontrar paz y tranquilidad en medio de tanto ruido. No a todo el mundo le gusta destacar ni ser el centro de atención, y eso tampoco significa que nos dejemos pisar o que renunciemos a nuestro valor. Hay ocasiones en las que apartarse un poco para que otros brillen no es un acto de debilidad, sino de generosidad y de saber quiénes somos sin necesidad de competir por atención o cariño. Porque al final, si eres importante para alguien, se notará, por mucho que otras personas intenten opacarte o hacerte a un lado. Y eso está bien siempre y cuando no traten de robarnos nuestro lugar.

Me gusta hacerme chiquita (vale que nunca he sido “grande”, pero tú me entiendes), aunque claro, si me gusta es en esos momentos en los que lo elijo yo porque, por el motivo que sea, quiero pasar desapercibida, meterme en mi caparazón y que nadie me moleste, incluso que ni reparen en mi existencia mientras así lo sienta. Y si quiero reclamar atención o que me hagan casito, lo pido sin más, no necesito crear un alboroto o competir por el foco ni los flashes. Simplemente expreso mis necesidades y confío en que aquellos que realmente me valoran estarán ahí para mí.

Todos hemos pasado por algún momento en el que otras personas intentan hacernos sentir menos, porque no saben sobresalir por sí mismas y te apartan o porque te ven como una competencia (qué gracia me hace cuando yo, la persona menos competitiva de este mundo, me encuentro con alguien así). En esas situaciones, es importante recordar que nuestra importancia no desaparece solo porque alguien intente minimizarnos. Podemos optar por no entrar en esa lucha por atención, mantener nuestra integridad y recordar que nuestro valor no depende de la incapacidad de otros para destacarse sin hacernos a un lado.

Si algo tengo claro es que yo no vine a este mundo para agradar ni alimentar el ego de nadie, tampoco para competir. Porque si tienes que forzar e imponerte, por algún lado acaba saliendo mal.

Sin embargo, aunque no nos guste ser el centro de atención, tampoco nos agrada sentirnos invisibles. Es un delicado equilibrio entre encontrar nuestro lugar y mantener nuestra identidad sin necesidad de estar constantemente bajo el foco de atención. Estos momentos nos permiten entender mejor nuestras necesidades y deseos, sin que otros nos definan o nos empujen a un lado, porque no estamos buscando constantemente la validación de los demás, y es que trabajamos nuestro ego y nuestras inseguridades sin joder a nadie. No sé si sea seguridad, pasotismo o autoestima, pero me vale.

A veces, ni siquiera queriendo, nos hacemos chiquitos porque hay personas que tienen ese algo especial que les hace llenar espacios y que los demás siempre quieran tenerlos cerca. A esas personas «chiquitas» no les hace falta pisar ni reírse de nadie para destacar ni para que las quieran. Su valor y su luz son evidentes sin necesidad de competir o hacerse notar.

También te diré que un “aquí estoy yo” y ponerte en tu sitio no es incompatible con volverse chiquita, solo hay que saber buscar la forma de hacerlo, y si es en silencio o sin mucha escandalera, mejor.

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