Ser señora es una actitud

Una tarde de biblioteca, estudiando para algún examen de la carrera, le comenté a una amiga que a una famosa cafetería de La Laguna acudía un grupo de señoras que era digno de ver: arregladitas con su ropa bonita, sus joyas, perfumadas y con unos peinados que estoy segura contribuyeron a agrandar el agujero de la capa de ozono. Muy elegantes o bien compuestas, como diría mi abuela.

Solían ir sobre la misma hora y sentarse siempre en la misma mesa, y pobre de quien osase quitarles el sitio. Parecía que había una especie de acuerdo tácito por el que si por alguna casualidad ocupabas ese lugar, a medida que se acercaba la hora de llegada de ese grupo, te apurabas para dejárselo libre. Y si no, ya se encargan ellas con buenas mañas de que les devolvieras su lugar.

Obviamente mi amiga quería presenciar semejante espectáculo, así que la pausa del café del día siguiente la hicimos en esa cafetería. Y sí, la escena sucedió tal cual se la había contado.

Desde ese momento supe que yo quería aspirar a algo así en la vida, porque ser señora es algo que va más allá de la edad y del estado civil, ser señora es una actitud y es la mía. Y nada, aquí estoy un montón de años después defendiendo ese título. Porque como me enseñó la Pérez hace años: «A mí llámame señora y focos hacia mi persona», como si estuvieras reivindicando tu lugar en el mundo, reclamando el respeto y la atención que te mereces. Y señora a secas, nada de señora de su casa o señora de, no, solo señora, pero siempre diva, regia y digna.

Pero claro, a mí es que lo de señora me hace pensar en mujeres como Sofia Loren, Virna Lisi, Mónica Vittí, María Félix, Grace Kelly… Son referentes en el arte de ser señoras, y con su presencia magnética y su porte impecable, demostraron que la verdadera belleza viene de adentro y se refleja en la forma en que nos llevamos a nosotros mismos. Porque en la vida, todo es actitud, nunca lo olvides. Bueno, que ellas bellas por fuera siempre han sido, las cosas como son, pero el porte ayuda y mucho.

Más de una vez he estado al lado de alguien que se enfada cuando lo tratan de señor o señora. Se ofenden de una manera que a mí me provoca risa, sobre todo cuando es a mí a quien le dicen lo de señora y ni me ofendo ni me inmuto. ¿Por qué iba a ser así?

Había en mi entorno cercano una persona con bastantes complejos que proyectaba en los demás, de esas que siempre se están comparando y que para sobresalir intentan dejar en ridículo a los demás. Una vez le montó un numerito a un camarero porque la llamó señora, el camarero le respondió que lo sentía mucho, pero que por norma de empresa debía tratar como señor y señora a quienes de forma evidente superasen la mayoría de edad. Y ahí seguía erre que erre tomándola con el pobre hombre que solo hacía su trabajo y cumplía indicaciones. Imagina mi bochorno presenciando eso, poniendo cara de lo siento y tratando de mediar. No sé, chica, fluye, pero si no hay nada más de doña (eso jode más) que tratar de avergonzar a un pobre trabajador, ubícate. Otra vez, en su presencia, a mi me trataron de usted. Creo que recordaba el asunto con el camarero y trató de vengarse, pero amiga, es que me da igual, que estaba y estoy por encima de eso. Y es que lo que a este tipo de gente le molesta es que a ti esas situaciones no te afecten como a ellos. Por lo general, parece que si una persona demuestra confianza o seguridad en sí misma, no gusta. Obviamente hay excepciones, a veces solo te lo dicen por fastidiar buscando alguna reacción airada para seguir con la broma, pero eso también se nota.

Y llegado a estas alturas de la vida tampoco nos vamos a engañar, pero el aparentar menos edad y que todavía no se te hayan caído las tetas también ayuda a enfrentarse mejor y con humor a lo de señora.

Porque a una señora no hay quien le tosa y no le importan que la llamen y la traten como tal. Sabe que su valía va más allá de los títulos o etiquetas que le pongan. Es una fuerza de la naturaleza, una presencia que irradia confianza y respeto dondequiera que vaya. Señoras como las que mencioné antes no necesitan que se les recuerde su grandeza; la llevan con elegancia y seguridad en cada paso que dan. Son el ejemplo de que la edad no define la belleza ni la determinación, y que ser una señora va más allá de las arrugas o las canas.

Y también se puede, y se debe, ser joven y ser una señora. Porque, repito, ser una señora no es cuestión de edad, es un estilo de vida, una actitud. Es como ser una versión adulta de Peter Pan, pero con más clase y menos Neverland.

Que sí, que a todos nos cuesta asumir el paso de tiempo, pero te digo lo mismo que le he escuchado decir a mi madre infinitas veces: cuernos y canas no son de vejez.

Así que, como ves, ser una señora es todo un arte que va más allá de las etiquetas y los estereotipos. Es una mezcla perfecta de elegancia, confianza y un toque de rebeldía o desparpajo. Si alguna vez te llaman señora y te sientes tentada a ofenderte, recuerda que ser una señora es un privilegio que se lleva con orgullo.

¿Pero tu te has dado cuenta del morro que le echan las señoras a la vida y lo echaditas pa lante que son? Y disfrutonas, ¡qué fantasía! ¿Pero cómo no voy yo a querer ser una señora?

Y si ser señora es una actitud, ser un señor (que no un señoro), también lo es. Afróntalo con dignidad y disfruta del viaje.


*Muchas gracias a las señoras y señores bien que, sin saberlo, me han ayudado a escribir este artículo. Y gracias también por las discusiones que siempre acaban en risas.

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